jueves, 24 de febrero de 2011

El comienzo de una historia

Llevo unos días pensando el tema sobre el qué escribir. Ya tenia pensado desempolvar algunas cosillas que he escrito al principio de mi "incoherencia matemática", y creo que este puede ser un buen momento. Me hace gracia recuperar esto porque ahora mismo las sensaciones son tan diferentes que diría que no tienen nada que ver. Allá va...

Escrito el 14 de diciembre de 2010

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Estar embarazada dista mucho de lo que ves en la tele, en las películas y en las series.

No es un estado idílico en el que la mujer se siente más mujer y en el que te pasas los días pensando en tu futuro. Al menos cuando solo llevas tres meses embarazada.

De momento a mí me ha traído mucha ilusión, eso es cierto. Sin embargo, me ha traído una percepción de lo físico a unos niveles insospechados. Ya me lo dijo una ginecóloga: "Si no quieres molestias, no te quedes embarazada".

Y es que todo empezó con dolores y ahora continúan esos dolores. Si una vez pensé medio en broma medio en serio, que quedarse embarazada serían nueve meses libre de regla, la realidad es que, afortunadamente no sangro, pero el dolor es continuo (con diferentes picos de intensidad y la mayor parte del tiempo tolerables, para que las mentes más aprensivas no den un paso atrás).

El dolor de barriga - principal protagonista de la primera parte de este periplo - junto a unas sensaciones internas extrañas; unido todo unos gases insoportables (e incómodos según el lugar donde me encuentre); un estreñimiento galopante; una pérdida de curvas progrevisa (a pesar de que aún llevo mi ropa... ¿cuándo podré comprarme ropa premamá?); junto a un aumento exponencial de la talla del sujetador (el dolor de tetas también es significativo); junto al sueño (gracias a que ha ido disminuyendo, pero podría pasar horas tumbada y durmiendo).

En fin, todas esas cosas han hecho que, en mis tres primeros meses de embarazo, esté más cerca de lo físico que lo idílico.

¡Pero estoy más guapa! Me lo dice todo el mundo... ¿será niño? Suelen decir eso. Me da lo mismo, "con tal de que venga sano y bien" (es la frase más manida, pero más real de todas cuantas he escuchado).

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Bueno, ni que decir tiene que las sensaciones han cambiado totalmente, el pecho me sigue doliendo y el aumento de talla ya es más que evidente. Los gases y el estreñimiento vienen y van, pero funciona el autocontrol, jajajaja. Y ya no me pongo mi ropa, uso "solo" dos vaqueros premamá, ¡¡que cuestan un pasón!! Y la faja "antisexy", bautizada así por la pequeña señorita M. (mi hermana) y que la gran señora M. (mi madre) me insistió en que me comprara y me pusiera, "para que la barriga no se despendolara".

¡Ah! Por cierto, no sé si lo dije, pero ¡es niño!

domingo, 20 de febrero de 2011

Un día maravilloso

Hace unos días hablaba sobre el paso del tiempo y el estrés que éste puede causarme. El señor M. leyó el post, me miró y me dijo: "¿De verdad que te sientes así?".

Ahora mismo estoy viendo un reportaje de "Informe Semanal" - en redifusión - de una comarca española - el Albarracín - donde la gente vive de media... ¡más de noventa años! Y con unas condiciones de vida muy aceptables.

Son pueblos perdidos en la sierra, con una imagen nevada y de aislamiento bastante idílica, pero... ¿podría yo aguantar eso? Son gente que vive rodeada de sus animales, que alimenta sus huertos, que aún pone las estufas de cisco... Y yo, que si entra un pájaro en casa, me encierro en una habitación hasta que alguien lo echa; o que se me mueren hasta los potos (las plantas que mejor aguantan la falta de agua, exceptuando los cactus...); quizás no se trataría tanto de si yo aguantaría en un lugar así de alejado y aislado, quizás se trataría de ¿yo sobreviviría en un lugar así?

En cualquier caso, me he ido por las ramas, porque el título del post iba por otro lado, "Un día maravilloso", y he vuelto a vivir en la divagación, ese mal que me aqueja desde siempre (no es la primera vez que me dicen "al grano", algo que le repito muchas veces a la gra señora M., ¿quiere decir eso que cuanto más mayor me hago, más me parezco a ella? La respuesta es sí. Antes me disgustaría este aspecto, ahora lo acepto e interiormente me regocijo - ¿vuelta a la divagación? Sí. Venga, al grano).

Hoy es un día maravilloso, el sol se desparrama; entraba por los agujeritos de la persiana antes de levantarnos augurando un paseo y un tapeo a medio día; augurando tender por fin al aire libre y conversación con el señor M. delante de una cerveza y unas aceitunas en la calle (yo, un Nestea).

¿Qué tiene que ver todo esto? ¡Ay, que casi pierdo el hilo argumental! Pues que hoy voy a vivir el día, hoy no voy a pensar en el ayer (un día en el que casi me caigo resbalando con el suelo mojado); ni tampoco en el mañana (que es lunes y hay que volver a trabajar).

Chao y buen domingo luminoso (para los que lo tenemos claro).

jueves, 17 de febrero de 2011

Los días DULCE

¡Ay! Creo que voy a comenzar a ver a la matrona como a la bruja mala. Sé que todo lo que dice lo dice por mi bien; todo lo que hace, lo hace por mi bien, pero... ¿pero por qué tengo que guardar tanto las formas con las comidas? Si no he engordado tanto... A ver, me pongo en situación: segunda cita con la matrona (sí, en la seguridad social te ven durante el embarazo tantas veces que cuentas con los dedos de una mano y te sobran); peso: 67 kg. (Peso inicial: 64 kg); semanas: 19. (Nota importante: entre medias han estado las Navidades, algo que podría haber causado estragos, pero... que no lo ha hecho).

Conversación:

-Bueno, y del peso, ¿qué piensa? (Feliz, contenta, ingenua, yo espero sentada su respuesta)
-Pues teniendo en cuenta que el bebé debe pesar unos 300 gramos... El resto...
-Oh.
-En fin, tampoco es tanto, pero ten cuidado con la comida, ¿vale?

Mi gozo en un pozo, ¡si yo he llegado a pesar en mi vida normal 67 kg! Sobre todo en el momento álgido del verano, cuando lo tenía todo perdido y me ponía el límite de un helado... al día. Sí, al día, así de estricta era yo.

¿Dónde quedaron los comentarios de todo el mundo? "Chica, pues no se te nota nada"; "No has engordado nada"; "Estás igual". Y mis respuestas: "Pues me sigo poniendo mi ropa"; "Como yo no he sido nunca de vestir ceñida..."; "Los pantalones me han empezado a molestar un poco, pero solo cuando me siento". Todo eso... todo eso quedó atrás. En mi afán de no superar en kilos los meses de embarazo - y a pesar de los comentarios optimistas e indignados de la gran señora M. - me he puesto un plan estricto de caprichos: EL DÍA DEL DULCE.

Solo días alternos podré permitirme un capricho dulce, tradúzcase eso en un bol con helado (preparado con amor y tiento de no pasarme); unas cuantas onzas de chocolate (en cualquier caso, no más de cuatro, y de las de Nestlé, que cada vez son más pequeñas); un dulce (bollería industrial, vamos, ahí espera una bolsita de Minibollycaos a ser estrenada mañana, próximo DÍA DEL DULCE); un postre de fresas con leche condensada (más bien, en mi caso, leche condensada con fresas, jejeje)... Y todo ello, opcional, es decir, nunca sumar más de un capricho al día. Los fines de semana soy más flexible, por aquello de que se queda más con los amigos y con la familia y tomar café y pastel es un deporte muy extendido.

Por supuesto, no he contemplado no tener caprichos, ya me los permitía antes, ¿cómo voy a obviarlos ahora? Mi vida se divide ahora en DÍA DEL DULCE y día normal y DÍA DEL DULCE y día normal... ¿Podré aguantarlo mucho tiempo? Acabo de empezar, ya os contaré cómo me va.

lunes, 14 de febrero de 2011

El tiempo pasa... ¡y yo con estos pelos!

¿No tenéis la sensación a veces de que el tiempo pasa tan rápido que no os da tiempo a preparos? Os coge desprevenidos, sin avisar, como si te abren la puerta del baño.

¡Ay! El paso del tiempo me provoca sufrimiento - qué dramatismo, pero es así -. Mejor no pensarlo demasiado, sino mi naturaleza obsesiva podría llevarme directamente al psicólogo. A veces pienso en el futuro: yo, con cincuenta; yo, con sesenta; ¡yo, con setetenta! Y es imposible que las cosas sean como lo son ahora y mi mente entra en bucle, ¿y si hubiera una máquina, un artefacto, una poción, que te permitiese retroceder hasta un tiempo concreto? No tiene por qué ser un instante, basta con que te deje apearte en cualquier momento de una etapa larga de tu vida.

De repente, comienzo a verlo claro en la mente: "si pasara, haría esto y, a continuación, lo otro; y luego...". Luego me doy cuenta de que el archivo que tengo entre manos debo entregarlo en media hora y que más vale que me dé prisa en terminarlo.

De todas formas, ese sueño continuará desarrollándose en mi imaginación y por un instante seré hasta feliz con el resultado.

¿Cuál es el problema de esto? Que no terminas de disfrutar lo que tienes en el presente. Y quizás precisamente por eso necesites ese artefacto, para poder hacerlo un poco más tarde.

¡Ay, el paso del tiempo! No tiene consideración ninguna. Ni un pelín de respeto ni de sentimiento. Quizás sea la única cosa que, a las duras y a las maduras, se mantiene intacto, impasible.

Ahí está, el paso del tiempo... ¡y yo con estos pelos!

sábado, 12 de febrero de 2011

De ¿gripes? y edificios inteligentes

Mucho zumo de naranja, mucha fruta (arghhhh), mucha verdura (aaaaarghhhh)... Hasta ahora he pasado de puntillas al lado de la gripe y parece que los virus no se han dado cuenta de esto, a pesar de tener a mi lado a un ser griposo, el señor M.

¿Es gripe lo que tiene o es algún tipo de convalecencia mucofebril y de tos crónica? Lleva así dos meses. La primera vez que fuimos a urgencias (del ambulatorio, claro, no hemos estado tan enfermitos, gracias a todo, como para ir al hospital), le dijeron que era un cuadro gripal. Cuando le comentamos que yo estaba embarazada, la doctora me miró y me dijo: "Qué le vamos a hacer: airea mucho las habitaciones, toma mucho zumito y que Dios nos coja confesados", todo ello acompañado de un gesto de conformismo que tampoco era necesario.

La segunda vez que ha ido a las urgencias un mes después (también del ambulatorio), le han dicho que por lo menos la congestión y los mocos no le han llegado a los bronquios. Y en esas estamos ahora: con un sol radiante en la calle que nos invita a salir en mangas cortas..., un señor M. convaleciente que tose como si se fuera a desarmar en cualquier momento, y yo tomando zumito de naranja como una posesa como único tratamiento natural para prevenir la catástrofe.

Estoy segura de que no es gripe, estoy segura que todo esto está causado por la calefacción de su despacho; al igual que estoy segura de que no es sano que el edificio inteligente en el que yo trabajo sea capaz de decidir qué temperatura es la adecuada para cada día del año y que, como consecuencia, podamos ir en chanclas y tirantas en invierno y en botines y rebecón en verano. Me rebelo contra los edificios inteligentes, contra el abuso de las calefacciones en los despachos y contra el cambio de hora (como decía Eva Hache en su monólogo del último domingo).

Chaoo!!

domingo, 6 de febrero de 2011

Incoherencias matemáticas

Hoy quiero hablar de incoherencias matemáticas, en parte porque es un día especial, los miércoles, ya veréis luego por qué, y en parte porque me viene mucho al hilo. Y ya se sabe, un punto lo tienes ganado cuando traes muy convenientemente los temas, te hacen ser como ingeniosa (cuando a lo mejor, y en mi caso con total seguridad, he tardado mucho en encontrar la fórmula perfecta).

Incoherencia matemática era, por ejemplo, aquella canción de "Uno más uno son siete". Incoherencia con la que imagino una conversación padre hijo:

-Papá, ¿uno más uno no eran dos?
-Ajá, hijo mío.
-Entonces, ¿esta canción? ¿Ahora ya son siete?
-No, hijo mío, tú eches cuenta y préstale atención a tu profesora a la hora de sumar, restar, dividir y multiplicar, ¿de acuerdo? - Mientras, el padre piensa "cómo podría explicarle aquello de las licencias artísticas, malditas licencias artísticas...", demasiado complicado.

Incoherencia matemática es la frase hecha "No le busques tres pies al gato". ¿Qué pies? ¿Qué tres? ¿Qué gato? También es una incoherencia lingüística, claro, y la explicación al niño sería aún más farragosa. Dejémosela entonces a la profe de lengua.

Incoherencia matemática es cuando mi madre me da un tupper diciéndome que hay para dos platos... y hay para un plato y medio... Ella me dice que es porque mis platos son más grandes, pero yo finalmente haciendo de esposa sacrificada le digo al señor M.: "Es que yo no tengo mucha hambre hoy". Es la frase de mi madre, supongo que es la frase de todas las esposas, jejeje.

Pero la mayor incoherencia matemática que estoy viviendo en mi vida hoy en día es que yo soy dos. Sí, sí... Tras toda esta larga introducción, tengo que decir que no era más que una excusa para decir que... ¡estoy embarazada! Con lo que, "una somos dos".

Quizás esta haya sido la razón real de relanzarme en la carrera bloguera, quizás sea un mal momento - por aquello de que "en breve" no voy a tener tiempo ni de mirarme al espejo -, pero bueno. Aquí estoy y así son las cosas. Los miércoles cumplo semanas y ya van 19 (en idioma de la calle, casi de cinco meses) y ún no me lo llego a creer, aunque más me vale que lo vaya haciendo, ¿a qué voy a esperar? ¿A tener aquí el "momento"?

Bueno, pues sí, las incoherencias matemáticas existen: uno más uno pueden ser siete, claro que sí (vi demasiadas temporadas de esta serie que duró demasiadas temporadas); los gatos tienen tres pies a veces; los lunes no tengo diez dedos y una persona puede ser dos, claro que sí, ¡incluso tres o cuatro... o más! Pero yo soy dos, no más, gracias a Dios, jajaja.

Chaoo!!

sábado, 5 de febrero de 2011

Cocina en directo...

Domingo, día de la cocina en casa. Ahora estáis asistiendo no con un café, casi pega más una cervecita - también las tengo fresquitas -, a una sesión culinaria de lo más completa: práctica y sabrosa, sabrosa. (Creo que lo de "rico rico" ya lo decía alguien, ¿no?).

Platos a preparar: Albóndigas y Guiso de patatas con chocos.

Empiezo por las albóndigas, son las más trabajosas. Pero para ser sincera he ido bajando el nivel de exigencia: antes compraba yo la carne picada y hacía las bolas; ahora compro las bolas hechas, ¡¡en la carnicería, que no en un hipermercado!! Me da más confianza. También podría comprar el sofrito hecho, que he visto un anuncio en televisión muy seductor, pero la verdad, sigo prefiriendo cortar yo el ajo, la cebolla, el tomate y el pimiento. Qué sería de mí sin ese olor característico en las manos durante todo el día del domingo.

He probado muchas cosas, muchos trucos que pasan de amiga a amiga, de madre a hija, de hermana a hermana... Ninguno funciona, al final el olor no se va hasta el lunes por la tarde, las 24 horas no te las quita nadie. Me he lavado las manos frotando con un estropajo y se me quedaron peor que antes; las he enjuagado solamente, sin secar y nada; he utilizado cantidades ingentes de jabón de manos y de lavavajillas... Nada, es como la incubación de un virus.

Bueno, tras esta diatriba del olor a sofrito en las manos, continúo. Como tengo estropeada la tapa de la olla rápida hace meses, tengo que mantenerlas en el fuego durante minutos. Así que mientras, cortaré las patatas para el guiso y limpiaré el choco. Espero que no me cueste mucho tiempo.

Hoy para almorzar, revuelto congelado del Mercadona, que con la salsa de yogur está riquísimo.

Chao!!