lunes, 20 de mayo de 2013

RELATO 1: Cuando despertó, no sabía dónde estaba.

Cuando despertó, no sabía dónde estaba. Desde luego, no era la habitación donde se había acostado la noche anterior y, desde luego, esa no era su cama. Miró hacia su derecha y no supo ver la cama de su hermana. En la pared quería ver su espejo, ese espejo redondo que su madre recogió de una mudanza del barrio, pero tampoco lo vio. Volvió sus ojos al techo y no reconoció la lámpara. Su lámpara era de cristales, herencia de su abuela, quizá lo único con valor que había en todo su dormitorio. Se tapó un poco más.

La claridad entraba por la ventana a través de las rendijas que dejaba la persiana bajada. Al menos seguía existiendo la claridad y eso la reconfortó en parte. Pero quería saber qué había pasado con su hermana que se acostaba todas las noches junto a ella y con su madre, que la venía a despertar cada mañana. Anoche mismo le había dado un beso en la mejilla y le había cantado una canción porque en su casa no se contaban cuentos, se cantaban canciones para dormir. Mientras lo hacía, ella había acariciado su pelo largo, suelta la coleta que la acompañaba durante todo el día, y había deseado tener una melena tan larga como esa. ¿Por qué cogería piojos en el colegio? ¿Y por qué la única solución que habían encontrado había sido cortarle el pelo como a un niño? Al principio no le había importado, así estaban casi todas las niñas de su clase, pero ahora que veía el pelo tan precioso de su madre, creía que jamás llegaría a tenerlo como ella.

De nuevo la atenazó el miedo, no encontraba explicación. Todo era diferente y una sensación de pánico le subió por la garganta instándola a gritar. Pero no lo hizo porque entonces entró una mujer. Era morena, como su madre, pero no era su madre. Esta era más mayor, con ojeras y un andar cansado. Cuando la miró, le sonrió, y esa sonrisa le alivió un poco, invitándola a abandonar la fuerza con la que se asía al edredón.

- Shhh, señorita. Shhh, señorita. – La llamó, porque su madre le enseñó una vez que la educación nunca había que perderla, ni en los momentos más difíciles.
- Sí, mamá, ya voy. – Le contestó la mujer mayor tan parecida a su madre pero que no era su madre. Y entonces, la familiaridad de su trato y la caricia que le regaló, le arrancaron una sonrisa de satisfacción, dejándose hacer.

Este relato se me ha venido a la cabeza pensando en mi abuela, que murió de Alzheimer hace ya más de diez años, aunque esto es todo ficción. Dentro de la tragedia de esta enfermedad, yo le encontré una sola cosa buena: días antes de irse, volvió a ser una niña y yo, sabiendo que tuvo una infancia feliz a pesar de los tiempos de adversidad, sé que estuvo bien.

5 comentarios:

  1. guauuu!!!!!!!! justo hoy pensaba yo en mi abuela..

    bonito relato!

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    1. Gracias, Pumi, recordar a las abuelas siempre es bueno, con el tiempo aprecias cosas que antes ni te dabas cuentas.
      Chao!

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  2. Qué bonito María, precioso, casi se me saltan las lágrimas. Sí, de vez en cuando me viene a mi mente mi abuela (que era todo un personaje en su tiempo), mi abuelo, un tío mío que murió hace años (hermano de mi padre, cómo lo queríamos, todos sus nietos le tienen que echar mucho de menos) Y sí, es bonito pensar en ellos y que te vengan gratos recuerdos.

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  3. la verdad que está muy bien María. La verdad que si que parece que es de miedo...aunque después con la aclaración se ve claro que no lo es. Muchas felicidades!!!!

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  4. Me ha encantado y me ha emocionado, enhorabuena!!!

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